Obviamente, a lo largo de la historia geológica de la Tierra ha habido múltiples cambios climáticos, debidos a distintos factores naturales. Lo singular de la situación que observamos ahora es la rapidez con la que ocurre y sus causas. En el momento actual no se observan variaciones en la radiación solar incidente, ni actividad volcánica excepcional u otros factores naturales que pudieran explicar la variación de temperatura. Sí se evidencia un aumento de la densidad en la atmósfera del anhídrido carbónico (CO2) y otros gases que retienen la radiación solar emitida desde la superficie terrestre. De ahí el nombre común de estos compuestos, gases de efecto invernadero (GEI), porque –al igual que el cristal y otros materiales– dejan pasar la radiación solar incidente, pero filtran parte de la radiación térmica, incrementando así la temperatura del sistema. El efecto invernadero es muy beneficioso para la vida en la Tierra (sin atmósfera nuestra temperatura sería 33 grados más baja), pero si aumentamos bruscamente la densidad –como está ocurriendo en las últimas décadas–, el efecto de calentamiento excesivo y rápido tendrá efectos globales muy negativos.
No tenemos dudas de que la concentración de CO2 en la atmósfera ha aumentado notablemente desde el periodo pre-industrial, pasando de 280 partes por millón (ppm) a mediados del s. XIX a más de 410 ppm en la actualidad. Además del CO2, otros GEI están aumentando notablemente su concentración, de 700 a 1890 partes por billón (ppb) para el metano (CH4) o de 270 a 337 ppb para los óxidos de nitrógeno (N2O). El principal efecto térmico, en función de su abundancia, es el del CO2 con un incremento radiativo estimado global de casi 2 W/m2.
Tampoco cabe duda razonable sobre el origen de estos aumentos en la concentración de GEI. En cuanto al CO2, la emisión procedente de volcanes se estima en torno al 1% de las emisiones de origen humano (Hards, 2005). De éstas, calculadas en unas 37 Gt de CO2 anuales (http://www.globalcarbonproject.org/), se estima que el 90% proceden de la quema de combustibles fósiles y producción de cemento y el resto proviene del cambio de cobertura del suelo (degradación y quema de bosques que se convierten a cultivos).
Variación en las emisiones de GEI anuales como consecuencia de la quema de combustibles fósiles y las transformaciones del uso del suelo (http://www.globalcarbonproject.org/)
Finalmente, en cuanto a los impactos previsibles de este calentamiento, la incertidumbre es mayor, ya que entra en juego la complejidad de los modelos climáticos y los escenarios de emisiones que puedan producirse. No obstante, conviene recordar que los centros meteorológicos más prestigiosos del mundo (Hadley Center-UK; Meteo France; Max Planck Institute-Alemania, NOAA-USA, etc.) desarrollan modelos que muestran bastante convergencia en algunos parámetros (temperatura) siendo más inciertos en otros (como la precipitación o el viento). A partir de estos modelos se estiman las consecuencias previsibles para distintos escenarios, considerando generalmente múltiples modelos, de cara a analizar si esos riesgos son más o menos probables (serían más probables cuando la mayor parte de los modelos estimen las mismas condiciones). A partir de esas simulaciones, y por encima de que algunos lugares pueden verse beneficiados por el calentamiento (por ejemplo, temperaturas más benignas en latitudes boreales que puedan permitirles introducir nuevos cultivos), la velocidad y la magnitud de los cambios estimados apuntan a consecuencias muy negativas para el conjunto del planeta si se mantienen las actuales tasas de emisión. Entre los efectos sobre los que existe bastante consenso científico están el aumento del nivel del agua del mar (que podría alcanzar entre 45 y 80 cm para fines de siglo), con sus impactos sobre la enorme población costera del planeta y la frecuencia de inundaciones, las olas de calor (que afectarían a la salud de la población más vulnerable, a los incendios forestales y las cosechas), la pérdida de glaciares (impactando sobre todo a los países con menos capacidad de embalsar agua), la frecuencia de tormentas tropicales, y los cambios en los vectores de transmisión de algunas enfermedades. En esta cuestión, un reciente informe de la Organización Mundial de la Salud estima que "entre 2030 y 2050 el cambio climático causará unas 250.000 defunciones adicionales cada año, debido a la malnutrición, el paludismo, la diarrea y el estrés calórico" (http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs266/es/).